María Luisa nace en Boavita, Boyacá. Su vida sucede en la sierra colombiana. Tiene el pelo largo, usualmente usa un saco rojo y una falda que deja libres sus pantorrillas. María Luisa se levanta en la madrugada. Su día empieza con un cepillo que pasa cuidadosamente por su cabello largo y negro; sus grandes manos siguen el camino para desenredar su cabeza. Ella se admira en un espejo roto y triangular, se corta su barba, se lava la cara y sale a trabajar la tierra.
En una entrevista para Recodo, Rubén Mendoza, director de la película, nos dice: “la geografía lo determina todo”. En este documental se afirma claramente esta postura que Mendoza tiene al hacer cine. Las montañas y el campo, en este caso, son escenarios que rompen la norma común para el retrato y representación de mujeres trans, generalmente concebidas en el imaginario de la sociedad habitando espacios urbanos. Me pregunto si el lector en el párrafo introductorio, atrás de un computador, pudiera concebir esas imágenes en el nivel de lo verosímil.
La película empieza con una toma desde un carro que viaja por la sierra, que en el camino se topa con ovejas y vacas. Mi lectura inmediata de este plano es que se trata de una cámara que se reconoce como foránea, de otro ritmo, de una velocidad que choca con el paso lento de los caminos rurales. Desde ese momento, se admite esa posición particular donde también se exhiben las limitaciones culturales y geográficas para mirar el universo que se le presenta al documentalista a lo largo de la indagación del personaje.
En este ejercicio la señorita es retratada habitando tres espacios: su casa, la iglesia y su pueblo. Todos estos espacios están casi siempre acompañados por una reiteración de la música de la banda de pueblo de Boavita, un ritmo lento que acompaña la cotidianidad de María.
Cada espacio cumple una función en el relato; la iglesia como comunicadora de la religión representa el anhelo de María de ser reconocida como mujer, semejante a la virgen que en sus palabras “nunca usaba pantalón y siempre con su vestidito”, como ella. La mujer idealizada y la que ella quisiera ser.
Su casa, donde creció con su abuela, es el espacio seguro, donde el trabajo y la agricultura son las actividades que moldean el cuerpo y la feminidad de María Luisa. Se siente en estos momentos que ella tiene la fuerza para romper cualquier leña y levantar cualquier peso. María, en su espacio cotidiano, desarrolla otra feminidad.
La plaza o las calles de su pueblo son los lugares donde esta feminidad se muestra socialmente. Se regresan las miradas mientras María camina confiada; los niños la persiguen como si fuera una celebridad. A ella no parece molestarle la atención, conoce ya la reacción, ignora los silbidos anónimos.
Mendoza, en sus películas, habita escenarios o geografías que se perciben como personajes, estos cumplen el rol de un manifiesto político que funciona como una voz amplificada de los que históricamente se han posicionado en el margen. En el caso de Señorita Maria, la falda de la montaña, la protagonista también simboliza una nueva representación de la infinidad de historias y espacios que lo trans ocupa, provoca una mirada fuera de lo urbano y genera imágenes cotidianas importantes y poco reproducidas en los circuitos cinematográficos hegemónicos: María recoge agua en el río y sube la falda de la montaña, al llegar a su casa enciende la estufa para calentar el agua y se prepara un café.