“Estas tierras de Puerto Viejo son planas y con muy pocos cerros, y el sol las achicharra bastante y están un tanto enfermizas. La mayoría de los indios que habitaron la costa son sodomitas abominables. Ellos utilizaron el uno con el otro el (nefando) (…) sin temor a Dios y muy poca vergüenza de ellos mismos”
-Fernández de Oviedo, 1959
Cuir de color,
Cuir con acento,
Cuir consumidx a expensas del privilegio blanco,
Cosificadx por su apetito
Estx cuy(ir) se corta la lengua,
Lo ‘queer’ le sabe más a importado que a casa
Este cuy(ir) se corta la cuerpa,
No sin antes ponerse labial y una manzana en la boca,
Se prende fuego mientras lxs gringxs le miran,
Con un poco de asco, con un poco de excitación
Este cuy(ir) vomita por la boca, todo lo que le han metido por el culo.
A los 18 años me mudé de Portoviejo a Londres gracias a una beca del gobierno de Ecuador. A los 19 comencé a aceptar mi ‘mariconería’ a pesar de los prejuicios homo/lesbo/transfóbicos que había internalizado. Mi mejor amigo era un hombre gay blanco al que le encantaba la fiesta, el vodka, y un club marica llamado Heaven. En espacios como Heaven, la primera o segunda pregunta que recibía era “¿De dónde eres?”, o como lo leo ahora “justifica tu cuerpa de color en este espacio blanqueadx”. Me sentía otrx, que no encajaba. No solo tenía que justificar mi color, o acento, pero también mi sexualidad. Era común escuchar preguntas como “¿Qué eres?”, “¿eres lesbiana, bisexual, ‘confundida’?” o “¿estás acompañando a tu amigo gay?”. No entendía la nomenclatura gelebetosa, ni sentía la necesidad de encasillarme, esto no me gustaba ni representaba. Comencé a alejarme cada vez más de estos espacios que me consideraban mi existencia exóticx o chocante. Mi cuerpa marica me hacía pensar en mi cuerpa racializada, en cómo nunca podía enunciarme desde un espacio seguro. Pensaba en el “¿qué eres?”, y cómo tenía que justificarme constantemente desde distintas trincheras. Entonces empecé a asumirme ‘queer’ no solo desde una disidencia sexual, pero racial también.
Mi lengua(je) es queer,
Cuir como mi color
Cuir, como la mestizx en mi
Mi lengua(je) es lx otrx
Un español cortao’/ ‘broken’ / fragmentado
Me asumi queer, y luego cuir/cuy(ir) en un contexto en el que no se me dejo olvidar mi acento, color y rasgos indígenas. Me asumí cuir al sentir el blanqueamiento que trae consigo la bandera de un arco iris. Sin embargo, lo queer nunca se reposo sin molestia en mi lengua. Me sentía más como invitada que en casa.
Al llegar a Ecuador con este término tan enredado con el que muy pocos maricas en Ecuador se identifican, comencé a cuestionar aún más la identidad desde la que tanto me había empoderado. Alguna vez escribí que mi cuerpa pronunciaba cuir en vez de queer, no necesariamente con mi acento, pero con mi piel. Sin embargo, en casa, no puedo pronunciar cuir sin arrastrar el bagaje de un lenguaje anglosajón academizado, sin sentirme cooptada e irónicamente otrx.
Mi distancia con lo queer no es solo un anglicismo que se desliza de mi lengua y mi cuerpa, pero también la cooptación por la academia y las artes que encierra lo queer/cuir/cuy/quare dentro de paredes blancas y cuerpos blancos y/o ‘blanco-mestizos’. En Ecuador, lo queer no nace en las calles donde las putas, travas, tortas, y maricas seguimos siendo violentadas y asesinadas. Inclusive, lo cuir/cuy(ir) se posiciona desde el privilegiado espacio de la academia, aunque no siempre haya sido así en otros sitios y tiempos. Al conversar con unx companerx, me dijo que en Ecuador “lo cuir había muerto” desde que llegó, otrx me comentaba que tal vez aquí nunca estuvo vivo.
Ningunx de las cuerpas con las que me he encontrado a mi regreso se asume queer, cuir cuy(ir), o cree en la posibilidad de un movimiento queer en Ecuador. Sin embargo, son estas cuerpas amebas las que enuncian su disidencia fuera y dentro de los cuartos blancos del arte o academia. Son estas cuerpas las que desafían la idea de lxs ‘buenxs mariconxs’, se besan, tocan y gozan frente y ante a una marcha que les escupe odio, e intervienen espacios y se mueven al ritmo del “perreo emancipador”. Desde su habitar estas cuerpas resisten, salen a las calles, hacen fiestas, y crean espacios de transgresión y sanación. Lo queer/cuir/cuy(ir) en Ecuador tal vez haya muerto al llegar, o tal vez nunca haya llegado, pero las potencialidades de la cuerpa en la calle, de la cuerpa en la fiesta y de las cuerpas que aman distinto no dejan de ser políticas.
Comenzamos a sanar ahora
Con los pies, zapateando
Cuando nos reconocemos en los ojos del lxs otrxs,
Nos abrazamos
Comenzamos a sanar cuando cantamos,
Sanamos con esta voz, con esta canción
Volver a casa ha significado volver a un lugar donde me tropiezo constantemente con ideas e identidades ya planteadas. Al mismo tiempo son estos tropezones los que me permiten sanar, me recuerdan que vengo de una “tierra de maricones”, o como los colonos se referían a los Manteño-Huancavilca “feos, sucios sodomitas, llenos de toda maldad” (Benzoni, 1985). Pienso en cómo ni la mariconeria, ni la resiliencia son modernas, urbanas, o extranjeras. Escucho las historias prohibidas de ancestrxs que se han negado a asimilar y repienso el lenguaje y la cuerpa que quiero habitar.
En este sentido, me muevo vez más hacia una cuerpa que se enuncia marica y cree en la potencialidades de una política marica, que transgrede, incomoda y descoloca. En este proceso cuando pienso en resistencia no miro afuera sino para atrás, a lxs abuelxs que se han rehusado a dejar de luchar, que han resistido, sin temor a Dios y sin vergüenza de ellxs mismxs.