Cuando a un arquero le cobran un penal que no era, él lo sabe, y sabe que quien va a patear el balón, que es el mismo que se tiró en el área sin que lo tocaran, lo sabe. Hasta la pelota lo sabe. Entonces el arquero quisiera no estar ahí porque tiene que ser parte de un segmento de la historia de la infamia y el engaño y sabe que está en sus manos enderezar la historia y encauzarla por el camino de la Verdad. Mientras tanto el jugador que se lanzó sin que lo tocaran, que se revolcó en el campo mientras se agarraba la rodilla – ese estafador – se para frente al balón con la certeza de que aquel instante que le puede dar la gloria es la consecuencia de un engaño, y eso en vez de desanimarlo le da más fuerzas. Porque a él y a los suyos los han engañado desde el principio de la historia, les han hecho creer que su pobreza no es más que la consecuencia de su falta de capacidades y así, con ese discurso, los han encerrado en la miseria. Pero él aprendió a gambetear y eso lo convirtió en un estafador de otra índole. Y ahora que ha engañado al árbitro – quién a estas alturas sabe también que el penal que cobró no era penal – y que está frente al arquero con ínfulas de salvador de la verdad, siente un temblor en su tobillo que luego se extiende a todo su cuerpo y sabe entonces que no importa cómo le pegue, no importa qué parte de su pie impacte con la pelota, ni a qué lado envíe su disparo. El éxito o no de su cobro reside en la esfera del misterio. Y como para él lo más cercano al misterio es la existencia de un ser todopoderoso creador del cielo y de la tierra, y capaz de cambiar el curso normal de las cosas, alza a mirar al cielo y se santigua dejando el azar en las manos misericordiosas del Santísimo.

 

En el juego reina el misterio, y para quienes lo juegan el dueño del azar tiene que ser Dios, no puede ser nadie más.  Entonces si el azar resulta fallar para su beneficio, es decir para su gloria, esa gloria pertenece al dueño del misterio. Ellos son tan sólo unos siervos de lo desconocido.

 

Y es por eso que los futbolistas de nuestras tierras, en una final o partido importante, usan esas camisetas debajo del uniforme que dicen: La gloria es de Dios.

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