Un grupo de hombres juegan fútbol como si estuviesen todos parados en línea recta con el sol. Ninguno tiene sombra. Solo aparece como un fantasma una sombra sin cuerpo: la del fotógrafo. En esta fotografía hay además un reflejo, el mío, que me muestra como observador y turista que toma una fotografía chueca con su celular. Me genera desconfianza la gente que no para de tomar fotos de todo lo que ve. En el viaje del cual esta foto es parte, desconfiaba de mí mismo. Todo lucía tan nuevo, tan extraño, tan lejano, tan irrepetible que el miedo a olvidarlo estaba demasiado presente. Fotografiaba para no olvidar.
Frente a esta imagen, la primera de una exhibición de Akram Zaatari cineasta y fotógrafo Libanés, quedé ensimismado. No me puedo jactar de perspicaz. Si debo mirar con atención es porque mi lentitud de pensamiento es a veces asombrosa. No me llamaba la atención la ausencia de sombras. Sino, que esa sombra, la del fotógrafo, era la única figura en toda la imagen que no se movía. Incluso el edificio, las columnas, por acción de la luz, parecían estar desplazándose. Aparece entonces como una imagen en movimiento, en la que es la sombra lo que la convierte en una fotografía: una imagen fija, un recuerdo falso.
El teórico Vilém Flusser define a la fotógrafa como quien “intenta ubicar, dentro de la imagen, información que no es predicha en el programa de la cámara.” La fotógrafa es, entonces, quién logra crear una imagen distinta a la que el aparato es capaz de crear por sí mismo. Es así que yo no soy un fotógrafo. La imagen que yo tomo, y usted ve aquí, es capturada por el celular, por el aparato, yo solamente sostengo la máquina y hago click. La imagen es producto de un algoritmo que se repite y funciona de manera idéntica en todos los aparatos de la misma serie.
Mi Samsung Galaxy toma una fotografía de una obra de arte funciona al igual que el Samsung Galaxy que retrata a un gato jugando con una madeja de hilo. Por otro lado, Akram Zaatari (el autor de la imagen antes del reflejo) se convierte en fotógrafo sin necesidad de fotografiar. No hay necesidad de capturar la imagen, pero es esencial pensarla. Pensar la imagen, atravesar y modificar la imagen con el pensamiento es lo que logra generar información que no ha sido predeterminada por el aparato. Al incluir la sombra del fotógrafo y borrar la del resto de sujetos, en un acto post-fotográfico, post-momento decisivo, Zaatari engaña al aparato y ubica en la imagen información imposible de ser predicha la cual excede su propio status. Es entonces una mentira: esa sombra nunca estuvo allí y ahora está. Pero puede que siempre haya estado: ¿dónde está la certeza? Todavía es posible engañar a la máquina.
Sin embargo, mientras escribo, yo mismo no puedo engañar a la máquina. Me corrige todos los errores, y yo, temeroso de admitir mi mala ortografía, los acepto.