Romborojo, triángulonegro que se convierte en rojo y puede ser púrpura. Luego otro rombo, uno negro más pequeño. Mi mirada brinca por el cuadro buscando colores. Se detiene por la mitad de un segundo y se desplaza otra vez de color a color, de forma a forma. En cada color y en cada forma, la cabeza vuelve a saltar como un conejo ciego. Y aquí me debo detener. Todo es tan simple como nuestra cabeza quiere que sea; o todo tan complicado. Si observáramos con más detenimiento las líneas, los tonos, los contrastes, las bases de cada una de las formas que se convierten en objetos, paisajes, rostros, quizá podríamos pensar que las categorías danzan como danzan los colores; y que la forma que vemos es una forma que construimos.

Quizá dudáramos más.

Es todo incompleto, fragmentario. Un intento permanente por encontrar armonía. El orden es un conjunto de retazos alborotados que sólo a través de la percepción parece tener sentido. ¿Pero qué es el sentido? ¿Un centímetro separa a cada figura? Un centímetro es demasiado, deben ser milímetros nada más. Todas y cada una de las cosas no son más que un enredo, un cúmulo, un conjunto, un revoltijo, una mezcla de formas y colores. Se trata entonces de pintar el esqueleto de las cosas, la anatomía de lo que se ve. Es un trabajo microscópico que enfoca la invisibilidad de la estructura. Y la mirada se siente como transitando por un laberinto cromático. En la mirada, el azul se come el resto de colores, se los devora. Pestañeo y después de un destello blanco todo es morado.

Araceli Gilber Iliana Viteri

Dostriángulosblancosquesonunosolo. La misma mano de la que pinta desaparece en líneas, tonos y combinaciones. Los ojos y el cuerpo de quien ve se congelan en color. Ver requiere atención. Los colores y las formas nos exigen atención. Detenerse y ver. Entregar la mirada, sacarla del cuerpo, hacerla pública.

Creo recordar que en algún momento paré la cabeza, me di la vuelta, salí de la galería donde me encontré con esta obra de Araceli Gilbert, y seguí caminando cuesta arriba pensando en la pintura: sus esquinas y sus matices; y también en Araceli: en su rostro mirando a un lado de la cámara y sosteniendo un pincel contra su mentón.

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