PONENCIA Albeley Rodríguez /24 de noviembre de 2016/ Cuarto Aparte en el marco de la Bienal de Cuenca
La discusión sobre el género tiene una acrisolada tradición en las discusiones feministas y de otros estudiosos de la dominación, eso si, siempre entendiéndolo como una construcción cultural y no como una determinación natural.
Dicho apresuradamente, para Pierre Bourdieu (2003) el género es producto de la dominación masculina, y Judith Butler (2007) propuso, hace poco más de una década, la necesidad de “deshacer el género”.
Pero, ¿Por qué y para qué indisciplinar, desobedecer o dehacer el género? Y ¿Por dónde pasaría esta “des-generación”?
El género se ha construido desde la necesidad que tienen las sociedades patriarcales de desmovilizar, cosificar y privatizar todo lo femenino y, como lo ha explicado exhaustivamente Silvia Federici, extraer todo su capital reproductivo y productivo hasta la anulación de las subjetividades femeninas en su totalidad. De aquí que se imponga un régimen político heterosexual (como lo señaló Monique Wittig) que garantice la reproducción de la especie y su cuidado, en función de la prolongación de las estructuras de poder de la masculinidad hegemónica y blanca.
Entonces, fisurar tanto la estructura como sus relatos, implicaría precipitar aquello que la pone en crisis: las “pluralidades corporales” (como las ha llamado la activista indígena guatemalteca Lorena Cabnal) en clave femenina. Para que su despliegue “sensualice la razón” (Bárbara Holland-Kunz, s/f), yendo a contrapelo del mandato cartesiano del razono luego existo sostenido desconcertantemente sobre la religiosidad cristiana, y para que active ―desde la exploración de la potencia singular de esos cuerpos (Spinoza)― todo lo situado de esas subjetividades (en contravía de la fingida asepsia científica que no se implica, que se distancia, que observa desde afuera para establecer veredictos definitivos como el Cristo Pantocrator).
Las prácticas artísticas contemporáneas, esas que proponen ideas insertándose en los debates que se están moviendo en su contexto, y que para proponer antes han investigado con detalle y profundidad desde su propias metodologías indisciplinadas, también han venido pensando su irrupción en esta estructura que transita incesantemente entre la dominación y la hegemonía patriarcal/capitalista y colonial.
En varias ocasiones algunos me han preguntado con desconfianza por las capacidades del arte para incidir en la dinámica social (sus imaginarios, sus percepciones, su realidad o la representación de ella).
Me acerco a la afirmación de Didi Huberman cuando plantea que tanto concebir, como leer e historiar las imágenes, son formas de militancia, es decir, resultan un modo de pronunciar una ética y un descontento con la inercia. Asimismo coincido con Deleuze cuando, en 1987, dijo que el arte es un agente que escapa a los disciplinamientos y a la sociedad de control en tanto que es generador de contra-informaciones y, en ese sentido, se convierte en actos de resistencia.
Las insumisiones ante el género, han crecido y tramado redes. Todavía son contadas, pero significativas, las experiencias artísticas en nuestros países. Quisiera mencionar brevemente unas pocas que podrían resultar de interés:
En Venezuela, Déborah Castillo y Érika Ordosgoitti son dos artistas de generaciones distintas aunque cercanas, que han presentado propuestas, generalmente desde la performance, y manifiestan la fuerza de su consciencia sexogenérica y la capacidad que ésta tiene de interpelación frente a distintos aspectos de la actualidad política venezolana, desde una postura valientemente crítica, que ni los políticos, ni los científicos sociales tienen la posibilidad de enunciar.
Déborah Castillo, Lamebotas (Exposición individual Acción y Culto, CCCh, Caracas, 2013)[1]
Sus poéticas expuestas a partir de un cuerpo sexuado se niegan a continuar el sostenimiento del sistema patriarcal. Cabnal afirma que nuestros cuerpos –bajo la represión y la obediencia– son los primeros sostenedores de este sistema, y Butler antes ha sugerido la necesidad de articular alternativas para poder diferir el deseo de obedecer o, lo que es lo mismo, acallar hasta nuestras más íntimas rarezas, en aras de obtener el reconocimiento social y una ciudadanía legitimada.
Cuando Déborah ha lanzado su individual Acción y Culto en 2013, con piezas en las que se exacerba el erotismo con su lengua y sus fluidos sobre la frialdad de la figura del “padre de la patria” y la bota militar como símbolo del poder patriota del Estado Nación, curiosamente ha recibido distintas agresiones, censuras institucionales y amenazas (incluso de muerte) de parte de personas afectas al gobierno que, paradójicamente, no dejaron de hacerse presentes en la muestra, incrementando notablemente la afluencia habitual de público en las salas.
Algo allí alarmó al patriarcado criollo, ciertos temores de pérdida se hicieron patentes produciendo aquellas reacciones.
Deborah Castillo, El beso emancipador, exposición individual Acción y culto, Centro Cultural Chacao, 2013
Igualmente, cuando Érika Ordosgoitti desde su época de estudiante ha expuesto su cuerpo desnudo y su sexualidad, y cuando, además, ha conjugado esto con la situación de precariedad y violencia social en la que se ha ido sumergiendo Venezuela, ha recibido ataques extraños, manifestaciones que expresan asco, rabia y repulsión, persecuciones y censura que se han prolongado en el tiempo.
Erika Ordosgoitti, Me abro la cabeza (videoacción), 2013
En octubre del 2016, en el marco de la IX Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Bolivia a Mujeres Creando le borronearon su gran mural antes de que iniciara el siguiente día de haberlo pintado. Los agentes del acto fueron mujeres y hombres de organizaciones católicas ofendidos por las alusiones que la obra hacía al poder opresor que históricamente ha aplicado esa religión sobre los cuerpos femeninos y colonizados.
Mujeres Creando, mural en fachada del Museo Nacional de Arte (nunca antes intervenido por ningunx artista), IX Bienal Internacional de Bolivia, Octubre 2016.[1]
Detalle del mural en fachada del Museo Nacional de Arte, IX Bienal Internacional de Bolivia, Octubre 2016.[2]
«Nosotras no estamos para contentar la mirada del macho conservador, del macho violento. La reacción fanática habla de una sociedad conservadora, habla de un machista que reacciona así cuando la mujer se revela»
María Galindo, 2016.
Agresión sufrida por María Galindo a manos de fundamentalistas católicos.[3]
El mensaje es evidente y se corresponde con aquello que Federici ha llamado “estrategias de cercamiento” (sea de territorio, de relaciones sociales, del propio cuerpo o la vida): las mujeres que se precien de serlo no pueden salir del marco de comportamiento establecido por las normas de los machos, y aquella que se atreva, deberá soportar la reprimenda ejemplar que infunda terror sobre todas las demás.
Igualmente, los hombres que se permitan exponer un mínimo descenso en los escalafones de lo humano, tendrán que recibir los castigos por haberse dejado habitar por el demonio de lo femenil.[4]
Sin embargo, ellas continúan tercamente generando intervenciones diversas que vulneran las custodiadadas fronteras del género.
La resistencia viene de antiguo
Pero hubo un momento no introducido en el “régimen de lo recordable” –(como lo ha llamado Mario Rufer, 2015). Ese momento fue extirpado de la historia con tempranas ordenanzas coloniales,[5] interrogatorios constantes y brutales represiones, humillaciones y torturas.
En las Ordenanzas para el Repartimiento de Jayanca, Saña, firmadas por la Audiencia de Lima en 1566, se prescribe que:
“si algun yndio condujere en abito de yndia o yndia en abito de yndio los dichos alcaldes los prendan y por la primera vez les den çient açotes y los tresquilen publicamente y por la segunda sean atados seis oras a un palo en el tianguez a vista de todos y por la terçera vez con la ynformaçion preso lo remitan al corregidor del ualle o a los alcaldes hordinarios de la Villa de Santiago de Miraflores par que hagan justiçia dellos conforme a derecho” (sic). (Campuzano, 2007, 38)
Manuscrito, Archivo General de Indias, Sevilla.
Las prácticas eróticas, rituales, políticas y estéticas no siempre estuvieron separadas, y los géneros no siempre fueron dos (o mejor dicho, uno determinándolo todo).
En la memoria ancestral de las culturas que pueblan del mundo existen múltiples conexiones entre lo femenino y lo masculino que aún hoy mantienen órdenes sociosexuales distantes del binomio.
Las retículas fueron impuestas por la modernidad colonial -capitalista -misógina, a partir del sustrato de un patriarcado con intensidad creciente (parafraseando a Rita Segato cuando habla de patriarcado de baja y alta intensidad).
Pero de la resistencia (o re-existencia según Adolfo Albán Achinté), dan cuenta cuerpos y acciones que insurgen desde entonces en el espacio público a la luz del día, mostrando aquello que hoy es alimentado, en la oscuridad de la noche, por clientes que asisten a hurtadillas, avergonzados de su deseo incontenible de acercarse más a las monstruos trans y travestis callejeras, para después derramar odio como harpías hasta producir muertes sin reclamo.[6]
Una insurgencia notable es la que ya muchos conocen, del legado del peruano Giuseppe Campuzano. Este filósofo, artista y travesti desafió al Estado-Nación, y su liso relato, irrumpiendo en el espacio público desde el ejercicio instituyente de un contramuseo.
Giuseppe Campuzano[7]
El Museo Travesti del Perú mostró en múltiples ocasiones, con una precariedad material que se volvió táctica, una genealogía otra, no exenta de trazos de ficción que discuten con la pregonada objetividad de la ciencia moderna y su “hybris del punto cero” (Castro-Gómez, 2005).
En esta historia marginal es posible ver materializado aquello que la sociedad peruana había negado históricamente de si misma, al punto de producir violentas desapariciones de tracas (como las llaman allá) porque el gobierno fugimorista (aunque los otros también) las consideraba graves amenazas (¿a qué?).
Pero el arqueo de imágenes, piezas de la erótica cerámica mochica, ordenanzas, prácticas rituales, grabados y fotografías y el levantamiento de objetos de travestis desparecidas encontrados en la urbe, construyó magistralmente la afirmación de que “toda peruanidad es un travestismo” produciendo un quiebre inolvidable y sin antecedentes en la lectura de la vida política del Perú desde la colonia hasta nuestros tiempos.
Giuseppe Campuzano, Museo Travesti del Perú, 2004[8]
La radicalización de la puesta en crisis del sistema sexo-género a través de tránsitos identitarios que incluyen la discusión de la raza y el sometimiento colonial como punto de partida, proponen la posibilidad de renombrar el mundo desde lo que Khatibi ha llamado “excentricidad disimétrica” (Khatibi, 2001).
La vida personal es profundamente política. Lo dijeron las feministas en los 60s y lo reitera Silvia Rivera Cusicanqui (2015) al señalar la importancia de un posicionamiento realmente concreto para cambiar el estado de las cosas del mundo. Por esto, quizá, proponerse la práctica de una “nueva suavidad” como la planteada por Felix Guattari (en la que devengamos mujer para cambiar las cosas) sea una opción interesante, sin olvidar la experiencia del libre transitar que alguna vez se vivió en AbyaYala con sus espacios sin fronteras y sus cuerpos libres de la impuesta construcción de género a la que aluden Rivera Cusicanqui y Cabnal, entre otras.
Si el patriarcado se crece en la negación del sufrimiento propio (sobre todo me refiero al temprano entrenamiento que reciben los hombres para hacerse resistentes al dolor), en la sensibilidad anestesiada frente al penar de otrxs y en la competitividad como señal de éxito, cabría levantarse en las afectividades que desvanezcan las relaciones de violencia y en la tejedura de vínculos amatorios diversos, antes que concentrarse en la separación e independencia individualista.
El arte puede desatar la subversión de las relaciones de poder entre los cuerpos porque trama nuevas posibilidades de relación, se deslinda de las normativas de la inteligibilidad y propone nuevas retóricas para explicar y sentir el mundo desde su indisciplina.
No se trata de fundar una nueva cultura hegemónica travesti o trans, o negra o india, sino de ejercitar exploraciones que hagan tambalear una y otra vez las más antiguas estructuras de poder y su sólido andamiaje binarista, de desbordar las normatividades y patrones epistémicos que están acabando con “la cadena de la vida” (Cabnal, 2015).
Son muchas las tareas pendientes. Creo que hay que continuar incomodándose por las violencias (las históricas y las actuales que son herederas de aquellas), y también hay que seguir trabajando desde terrenos menos áridos que el activismo político a secas. Por eso, el arte que humedece.
Albeley Rodríguez
Cuenca, 24 de noviembre de 2016