Día 1

En un hotel en el norte de Quito se va instalando el equipo de Panamá. El restaurante, que será el único escenario para la escena en cuestión, sigue ocupado en su mayoría por la selección uruguaya sub-20 de fútbol. Al costado, en un espacio dos o tres escalones más alto que ese se instala la estación de sonido y alrededor de una mesa ensayan los dos protagonistas, Diego y Jorge, con el director, Javier. Poco a poco los futbolistas se van levantando de las mesas y se disponen a sus habitaciones. Su noche se va cerrando, mientras que la nuestra está por arrancar. Va marcando las diez.

El entrenador de la selección se muestra entusiasmado por el rodaje y nos cuenta que desde sus estudios universitarios en comunicación no ha vuelto a estar tan cerca de una realización audiovisual como en ese momento. Su presencia es amigable y nos acompaña quieto desde una esquina. No llegamos a saber cómo aterrizó en el fútbol.

En el piso de abajo el equipo de vestuario y maquillaje transporta a los ochentas a lxs figurantes que interpretarán al resto de comensales del restaurante. En cuanto van quedando listxs, suben para sumarse al rodaje que ya ha iniciado. Pese a las exigencias de cubrir el bloque de diálogo más extenso del guión, las cosas avanzan con fluidez. Las únicas fuentes de interrupción son sonoras: el rugido de una refrigeradora, la entrada y salida de huéspedes, y un gato cuyos maullidos nos hacen especular que está atrapado en algún tubo interno del hotel. Tomas de media hora o más se suceden la una a la otra registrando la conversación que dos viejos amigos tienen después de varios años de distancia. Se filma a dos cámaras, Tomás en la una y María Grazia en la otra. El mesero, interpretado por Catón, entra y sale de cuadro con vinos y camarones. Él es uno de los guiños que Panamá hace a la película My Dinner with André (Mi cena con André) de Louis Malle.  

Fotografía: Ostinato Cine

Una nota sobre el lenguaje de regalar libros

Christina Sharpe cerró su charla “Ordinary Notes” (Notas ordinarias) el lunes pasado con unas palabras a propósito de lo que ella llamó el lenguaje de regalar libros. Uno de los primeros archivos personales que compartió con nosotrxs fue un libro con una dedicatoria escrita por su mamá para ella. Ya no recuerdo cuál era su contenido, pero tampoco fue eso lo que me impactó, fue más bien su lectura de aquella dedicatoria como un gesto capaz de darle una armadura y un sentido de ser a quien lo recibe, y por qué no también a quien lo entrega. 

 Esta es la dedicatoria que, en Panamá, está escrita en Rayuela de Julio Cortázar: «Para Esteban, que disfrutes de uno de los mejores libros que se han escrito. Si tienes algún problema, ábrelo al azar. Por todos estos años de amistad compartida, José Luis».

Día 2

A aproximadamente las tres de la tarde, en un hotel ubicado en el barrio de La Mariscal, el equipo de Panamá se empieza a instalar en el pasillo y dos habitaciones del piso siete. La edición de Rayuela, escogida de entre varias candidatas, y el maletín con fajos de billetes que Esteban, el personaje interpretado por Diego, lleva consigo ya han sido colocados en el armario de donde él los sacará. De esa habitación también cuelgan telas negras que dificultan su acceso, y a las luces que están instaladas en su terraza solo hace falta activarlas. Las condiciones materiales están dadas para que los dos viejos amigos conversen a la luz de una noche panameña en 1985.

 Hay equipos que casi no salen de la habitación donde se rueda y otros que casi no entran, pero cada tanto tenemos encuentros emocionantes en el pasillo. Esta vez no hay figurantes pero sí dos escritorxs que están cubriendo el rodaje. En la habitación donde se rueda se concentra el calor y a Robin, quien está a cargo de las fotografías del detrás de escenas, se le dificulta encontrar un lugar allí. En una sala de convenciones situada en uno de los pisos más altos del hotel hay una mesa repleta de comida que nos espera. Cerramos la jornada a las cuatro de la mañana con algunas tensiones pero con el cronograma cumplido.

Una nota sobre Fresa y chocolate

 En Fresa y chocolate de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío dos hombres que se identifican con ideologías opuestas inician una de las amistades más conmovedoras que he visto en el cine. Me tomó tiempo llegar a ella, pero cuando la vi en una de las salas de la Cinemateca de Québec compartí con dos señoras una cadena de risas cómplices que hicieron de ese encuentro inolvidable. Quizás porque eso de compartir risas en un cine en Montréal no me ha sucedido con mucha frecuencia.

 Día 3

Una parte del equipo filma la escena que transcurre en el ascensor. La otra está esparcida entre dos pisos del hotel donde rodamos el primer día. En un inicio resulta útil comunicarse a través de walkie-talkies, pero los mensajes terminan siendo transmitidos con mayor eficacia si corremos de un piso al otro. Después de que se ha filmado la escena donde José Luis, el personaje interpretado por Jorge, se reconoce frente al espejo del baño, entro con Manuela y Tanya, pasantes del departamento de arte, a asegurarnos que todo haya quedado como estaba previo al rodaje, pero las luces parpadeantes no nos lo permiten. No podemos parar de reír.

La siguiente escena a rodarse es la del encuentro entre José Luis y Yulene en la barra de un cabaret. El guión describe el sonido de una música tropical de fondo, pero por ahora solamente la imaginamos. Tropical es también la flor que lleva puesta María Josefina en su cabello que, junto al maquillaje y su vestido color fucsia, orquesta un atuendo de colores explosivos para dar vida a la extrovertida Yulene.

Interpretando al barman está Paul, también barman en la vida real.

Fotografía: Ostinato Cine

Una nota sobre la búsqueda de locaciones 

Una mañana hicimos un recorrido por algunos cines de colegios quiteños para filmar la primera escena del guión de la película. A esos cines que proyectaban programas dobles asistía con frecuencia mi mamá. De uno de ellos se llevó la anécdota de una rata asomándose repentinamente por debajo de las butacas en plena función, haciendo que todxs lxs espectadorxs salgan despavoridxs. Esa es una anécdota que siempre me da ganas de escuchar de nuevo.

Ese cine es el del colegio 24 de mayo y ese día que lo visitamos no pudimos ingresar. Pero tampoco hizo falta que lo hagamos para sentir que, si lográbamos obtener los permisos necesarios, ahí se filmaría esa primera escena del guión. En las puertas de ingreso están forjados camaleones.

Día 4

 Con una sonrisa amable Washington, el administrador del cine, nos recibe a la entrada del colegio 24 de mayo. En el parqueadero, poblado de maleza, sobran espacios para los autos. Todos se ubican ahí, a excepción del camión de grips que se instala a un costado de las puertas de ingreso del cine. En el espacio trasero donde está el proyector se ubica el equipo de vestuario y maquillaje con una multitud de atuendos que han escogido junto a Anaté, la segunda asistente de dirección, para quienes interpretarán a lxs espectadorxs del cine. Uno de ellxs es Washington.

 Cada figurante tiene una relación cercana con alguien del equipo, pero muchxs de ellxs no se conocen entre sí. Mientras el equipo de cámara y luces ubica las fuentes de iluminación y la máquina de humo en esa sala enorme de butacas rojas, nuestras tías, tíos, amigas y amigos se inventan junto a Anaté las relaciones que interpretarán en pantalla y las razones por las cuales van juntxs o por su cuenta a ver Zelig de Woody Allen. Quizás para escapar el calor de Ciudad de Panamá. De todos modos, el frío que invade el cine del 24 de mayo durante esa tarde no se entromete con el entusiasmo que tenemos de filmar ahí.

 Cerramos la locación contentxs de que los panes de chocolate se acabaron y nos dirigimos hacia un hotel ubicado en La Mariscal, cerca de la Avenida Amazonas, donde ha estado todo el día el equipo de arte decorando la habitación de José Luis. Finalizamos el día con unas cervezas.

Fotografía: Ostinato Cine

 Una nota sobre el cine de Winston Washington Moxam

 Hace no mucho me encontré con el cine de Winston Washington Moxam. Con un perfil más bien bajo, este transita e incomoda la rúbrica de lo nacional en lo que concierne al cine en Canadá. En un artículo que busca revalorar su trabajo en el contexto de la representación de la experiencia negra canadiense, Scott Birdwise propone que aquello que atraviesa a todas sus películas es la conversación.

 Birdwise argumenta que el cine de Moxam es un cine sobre la conversación, hecho de conversación, estructurado por y sobre la necesidad de conversar. Mientras veía The Barbecue, la única película suya que he visto hasta ahora, Panamá se filtraba por cada poro de sus fotogramas. Y no era solamente por el blanco y negro compartido entre ambas películas.

 En el contexto del cine de Moxam, pero no únicamente demarcado por ello, Birdwise escribe:

 “La conversación no solo representa, pero es la fuente de posibilidad y cambio: es la siempre cambiante naturaleza o potencial transformativo del diálogo que recarga a la representación con la posibilidad de reconocer a la diferencia. La conversación representa la posibilidad de ser afectado por otra persona, de ser visto y escuchado como un igual en los intercambios humanos que producen al mundo social. La conversación es a la vez un foro para la expresión y reconocimiento y un espacio o lugar de transformación”. 

 Día 5

 A un par de horas de que amanezca desayunamos humitas con ají y café. El personal del hotel que nos acoge en esta ocasión es muy hospitalario. Iniciamos con la escena que tiene lugar en la recepción. En el cronograma está programado que dure alrededor de tres horas ese bloque, pero termina durando solamente una. El recepcionista interpretado por Ángel no necesita de muchas tomas para que su personalidad cobre agudeza. Su línea “no hay nadie aquí parqueado con ese nombre” nos hace reír por días e incluso semanas.

El equipo se divide en dos habitaciones de uno de los pisos de arriba. La que ha sido decorada como lugar de paso de José Luis tiene en un velador un teléfono rojo y en el otro un ventilador, de su pared cuelga un calendario de 1985 y en su escritorio están regados los pasaportes y cédulas de los muchos hombres que es José Luis. Cada documento de identidad sigue recibiendo mínimos ajustes por Sara, la asistente de arte. Para hacerlo se instala en la otra habitación donde circulan miembrxs del equipo, a ratos para descansar, a ratos para recoger algo necesario para el rodaje, a ratos solo para conversar.

Fotografía: Ostinato Cine

Cumplimos con el cronograma antes de lo pensado. Nos da una tranquilidad inmensa saber que los sánduches de Bai Tam que no logramos comer los podemos llevar a la fiesta de la noche. María Grazia, que había llegado al hotel en bicicleta, repite el trayecto de regreso. 

Día 6

La mañana está helada. Después de varias visitas al Municipio, Ana, la jefa de producción, logró obtener un permiso para cerrar la Veintimilla por un par de horas para evitar que se filtren los sonidos de la calle a la filmación. Los policías no llegan puntuales pero eventualmente llegan. Lxs dueñxs del Chifa nos abren las puertas y no lxs volvemos a ver. Lili, su prima, nos cuenta que suelen pasar largas noches jugando video juegos.

Las dos últimas escenas del guión tienen lugar la mañana siguiente a la larga conversación de la noche anterior. Imaginando que la humedad está más concentrada, Paula y Ana María del equipo de maquillaje les rocían agua a Diego y a Jorge para simular el sudor de sus personajes.

Fotografía: Ostinato Cine

En el salón del fondo del restaurante prendas de clima tropical cuelgan de un armario móvil para vestir a posibles figurantes. En una mesa situada en un espacio un poco más oscuro está Gabriel, el data manager, encargándose de que todo el material esté seguro en los discos duros. 

Marcan las 11:30 y finalizamos el rodaje. Mientras seguimos desocupando el restaurante, despegando pedazos de cinta masking y gaffer de esquinas de mesas y secciones del piso, ponemos las sillas que utilizamos en el lugar que algunxs comensales están ya esperando tomar. Antes de salir, Ana y yo nos damos cuenta que parte del trato con el chifa era consumir un par de chaulafanes.

En la casa que ha acogido gran parte de la vida de Panamá, brindamos con gin, cerveza, chaulafanes y parrillada el fin del rodaje en Quito. Falta Guayaquil.

Conversamos sobre cómo extrañaremos el bigote que Diego se dejó crecer para interpretar a Esteban y los lentes que acompañaron a Jorge siendo José Luis.  

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