Nota editorial: 

Encontré a Kelly y a su voz de manera azarosa, como todos los buenos hallazgos. Primero, su foto. Poeta joven,  su rostro era fuerte, su mirada frontal.  Luego, destellos de su vida. Nació en Paccha, provincia de El Oro, el pueblo en el que pasé tantos julios y agostos con mi abuela. A sus veinte años migró a Murcia y a sus 29 decidió quitarse la vida. Finalmente, algunos de sus poemas y mi consecuente fascinación. Más allá de eso, sé muy poco. La fotografía que se muestra es uno de los pocos archivos que pudimos encontrar de ella. El archivo incompleto me provoca, inevitablemente, recurrir a mi memoria para fijarla a ella en un espacio, para poder entender su vida, para ir trazando líneas y comparaciones y que además parten de mi subjetividad. Y la vemos ahí, rodeada de hombres, todos presentes en el III Encuentro de escritores y poetas Sin Fronteras. De esta foto me atrae sobre todo la comodidad y la seguridad con la que coge sus hojas y posa para ver a la cámara. Su cuerpo, su mirada, su feminidad, su quehacer poético -con sus textos a mano- quiebran los patrones comunes de las mujeres pacchenses con las que compartí. En ella me reconozo.

Estos son tres poemas de ella. La investigación está pendiente y el archivo, como siempre, está incompleto.

 

Muerte 

Morir

como flor

como diosa

como poeta

como luz

como esperma viva.

***

Migrante

1

Calles con flechas clausuradas

aceptan derrumbar

la esencia del dormitorio.

Un tibio momento

para descifrar

la ceniza de la sombra.

2

Vuela con hojas secas de miel

que no alcanza la amistad del sol.

Navajas jugosas

con estuches en la vida

huelen a viejos cuerpos clausurados

por la sentencia de la nostalgia.

Liquidando memorias

la noche siguió su carrera.

3

El cordel del pasillo

asoma con cuatro dientes

sobre el blanco dorso de las mariposas.

4

El hambre

pide al mar

una caricia.

***

Ausencia de mujer

Intentar embriagarse

con la ausencia sobrepuesta en el burdel,

dibujando diosas desnudas en cada rincón,

sosteniendo una guarnición de amapolas en los labios,

agarrando la noche

para que duerma en un cajón de pájaros.

Un principio de mujer.

Un principio de espera con olor a pino.

Incursiona en los labios

para desentrañar los equilibrios del trovador.

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