Entro a la galería por su garganta, una cafetería donde resuenan voces y el sonido de cucharas tocando tazas de café. Cruzo por las mesas de personas con sus diversas bebidas y acompañantes mientras una mesera me mira con cara de curiosidad hasta que se da cuenta que me dirijo a la galería. Khora es un cubo con las paredes en blanco y lo primero que se distingue es el nombre de la exposición: Ediciones del exotismo ordinario neotropical de Rometti Costales. De inmediato pienso que un exotismo ordinario es una buena forma de describir a la galería incrustada en la cafetería. Leo rápidamente el texto curatorial porque quiero acercarme a las obras. En las paredes, en una mesa y sobre una superficie de madera están dispuestos folletos y hojas a modo de fotocopias. Todo es en blanco y negro,las hojas se sienten frágiles y desgastadas por el paso del tiempo en la exposición. Me dan ganas de abrir los folletos y encontrarme con explicaciones, pero dudo si acercarme a tocar o no. Finalmente desisto, la composición de folletos e imágenes son suficientemente atractivas. Saltan pedazos de palabras, imágenes y una ansiedad por hacer sentido de su relación. Leo “La vorágine”, “plant decors in clubs”, “fleurs” y miro la colección de las diversas maneras en que se pueden ilustrar plantas y árboles. Recuerdo entonces el texto curatorial, y que estos fragmentos de archivo en las hojas se refieren exclusivamente a la zona neotropical del continente. Los folletos son una especie de collage en los que se reúnen pedazos de varios archivos.

 

Mientas sigo recorriendo la galería y advirtiendo con mis ojos las imágenes y palabras que saltan de estas fotocopias, también escucho el murmullo de las voces en la cafetería de al lado. Es reconfortante este ruido, me hace sentir menos incómoda de mis propios ruidos dentro de la galería. El blanco de las paredes ya no da la sensación de templo, sino que el ambiente deja más en claro que ocurre un intercambio. Esas voces por momentos suenan más alto y escucho los vestigios de conversación de las mesas de al lado. Un tono más delicado me sugiere una conversación íntima, partes de una oración me hacen pensar en una reunión laboral. A ratos confundo las voces y se crean conversaciones entre personas que seguramente no están cerca. Me invento rápidas historias e imagino los rostros, ropas y expresiones correspondientes a cada voz. Creo una multitud de personajes mientras me dejo distraer por completo de las obras frente a mí. Regreso de repente y vuelvo a ver estos archivos que también producen murmullos. Estos fragmentos en su relación, construyen otra ficción. Como yo invento esa cafetería en mi mente, también se inventa en estas obras una zona neotropical. Las fotocopias provenientes de distintos archivos se juntan para crear uno nuevo, uno inventado, y en el montaje se terminan de construir estas nuevas relaciones de fragmentos del neotrópico.

Este es un espacio para la invención, sin embargo es inevitable imaginar de qué realidades proviene cada hoja. La fotocopia extrae un fragmento de un original sin intervenir, pero cambia su sentido. Los libros, revistas, atlases de los que provienen estas hojas ya no están presentes para contextualizar. Todo este archivo encontrado por lxs artistas se devela como fragmentos posibles. Ver estos pedazos construyendo nuevos sentidos, e imaginando todas las posibilidades de sentidos en pasados o futuros montajes me hace cuestionar si existe realmente un archivo original, completo y absoluto. Después de todo, en cada libro también hay una selección de información y por tanto una expresión de poder. Georges Didi-Huberman dice “Lo propio del archivo es la laguna, su naturaleza agujereada. Pero, a menudo, las lagunas son el resultado de censuras deliberadas o inconscientes, de destrucciones, de agresiones, de autos de fe. El archivo suele ser gris, no sólo por el tiempo que pasa, sino por las cenizas de todo aquello que lo rodeaba y que ha ardido.” [1En la exposición se muestra justamente eso, la ausencia que rodea a lo que está presente y por tanto las decisiones de que esté ahí. Cada hoja es un libro que no está, la decisión de los artistas y su disposición en la pared, una relación dada por la curadora de la exposición. Aquí no se trata de ocultar estas ausencias y poderes, sino asumirlos para comentar en la naturaleza misma del archivo. Vuelvo a escuchar con atención los murmullos de las personas y pienso que lo que me invento es tan real como lo que realmente dicen.

En esta realización llega la curadora de la exposición, Anamaría Garzón, para contarme sobre la galería. Me cuenta lo importante que fue en sus inicios la idea de Chus Martínez de que los espacios de artes deben ser primero un bosque tropical. Las exhibiciones en esta galería hasta ahora han tomado esta propuesta desde varias perspectivas. Mientras me sigue contando sobre las exhibiciones pasadas el murmullo se va convirtiendo en pájaros y animales que caminan cautelosos. Las palabras e imágenes en los folletos y hojas de la pared son ramas que se tocan sutilmente. Y nosotras, sentadas en la mitad de la galería podemos sentir desde nuestros cuerpos ese orden en el caos, y los ruidos visuales y sonoros inventando historias. Para salir de la galería vuelvo a pasar entre las mesas evitando fijarme en las personas, siento que sé lo suficiente. Salgo y sin duda me siento como regresar de un bosque a la ciudad. Los carros parecen ir demasiado rápido y trato de prolongar lo que más puedo el espíritu inventivo que me ha dejado la exposición.

 

[1]  Didi-Huberman, Georges, Clément Chéroux, y Javier Arnaldo. Cuando las imágenes tocan lo real. Círculo de Bellas Artes, 2013. p. 3

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